Al chirrido de freno le siguió un golpe seco, el vehículo no se detuvo a tiempo.
Carlos había salido a pasear con su abuela y su hermano mayor al parque. Pedro, el hermano mayor, esperaba ver a sus amigos del instituto. Carlitos, como tenía año y medio, se quedó con la abuela Virtudes en la parte de los columpios. A Carlos le encantaba estar con su hermano mayor, Tete, como le llamaban cariñosamente. “Tete” era la palabra que más repetía el menor, la aprendió mucho antes que Papá o Mamá. Pedro, al ser un adolescente, quería más independencia y no tener siempre a su hermano pegado.
Todo apuntaba que iba a ser un día normal, soleado y con la brisa agitando los árboles; perfecto para salir. Pedro se reunió con sus amigos de clase y la abuela Virtudes se reunió con su amiga Consuelo en el parque. Virtudes contó a Consuelo sus preocupaciones; a Carlos le estaba costando mucho aprender a hablar y se distraía todo el rato cuando intentaba enseñarle. También tenía un miedo exagerado a la oscuridad y buscaba dormir con su hermano, aunque el mayor se empeñaba en dormir solo. Carlitos era como un ciclón, gamberro y desobediente. La abuela pensaba que el niño debía estar ansioso porque casi nunca veía a sus padres, ellos dedicaban todo el día a trabajar.
Mientras la abuela se sumergía en la charla, Carlitos jugaba con los demás niños del parque, pero pronto se aburrió. Había mucho ruido de hojas y no prestaba atención a lo que le decían sus compañeros de juego; ellos terminaron molestos y le tiraron cosas. El niño decidió alejarse por su cuenta. Abandonó caminando la zona acolchada de juegos y cruzó el césped, tramo a tramo, buscaba la salida del parque. La abuela tardó en fijarse, ya estaba lejos cuando lo llamó; Carlitos la ignoró.
Virtudes se levantó e intentó adelantar al chiquillo, pero los años le pesaron y fue incapaz. Empezó a gritar a su nieto para hacerle volver, él no hacía caso. Tanto gritó, que el grupo de Pedro, reunido detrás de la estatua de la plaza, lo escuchó y una de sus amigas le señaló la escena. Tete dudó un instante, hasta ver salir a su hermano por la carretera, entonces corrió a por él.
Carlos, con su andar despistado, se chupaba la mano mientras elegía un nuevo rumbo. El llamativo letrero rosa y azul de la tienda de golosinas le atrajo a la esquina del otro lado de la calle. Cruzó antes de que lo alcanzara nadie.
Un conductor apareció doblando la esquina, miraba de no golpear un coche mal aparcado. En ningún momento vio al niño delante cuando empezó a acelerar, era demasiado pequeño. Sí vio aparecer a Pedro, que se le cruzó como una exhalación; el conductor solo tuvo una fracción de segundo para frenar.
El coche dio un buen golpe a Pedro. El conductor salió del vehículo con un portazo, convencido de que el chaval se le echó encima y él no tenía la culpa. Estaba más dispuesto a increparle que a ayudarle. Solo fuera del coche se percató del niño pequeño aferrado al grande. Carlitos empezó a llorar, con ganas, y el hombre se quedó de piedra.
Pedro soltó a su hermano y se agarró la rodilla. La abuela, los amigos y varios curiosos desbordaron la escena. Virtudes agarró al pequeño y le regañó. El niño solo supo llorar más fuerte, con la intensidad de quien no entiende qué pasa.
Al final, el propio conductor se ofreció a llevarlos al hospital. Virtudes llamó a los padres, pero ellos no podían cerrar ahora la tienda, la tenían llena de gente. A Pedro se le hinchó tanto la rodilla que le apretaba con fuerza en el vaquero. Al final la abuela prefirió aceptar la oferta de acercarlos a urgencias.
El diagnóstico para Pedro fue una luxación en la rodilla, se le había salido todo el líquido y se lo drenaron antes de escayolarle. A Carlos también lo chequearon, a la doctora le preocupó su comportamiento. Según la experiencia de la doctora el niño estaba extraño, demasiado perdido; pensó que pudo sufrir algún traumatismo. Sin embargo no tenía hematomas ni contusiones. Al final, como urgencias estaba abarrotada, tuvo que desistir de buscar y recomendó a la abuela visitar al pediatra.
Virtudes seguía muy preocupada por sus nietos cuando los padres llegaron tres horas después. La familia regresó a casa y los padres de Carlos intentaron explicarle, muy serios, que no debía separarse de ellos en la calle.
La abuela convenció a los padres de llevar al niño al pediatra. No obstante se empeñaba en que su pediatra habitual siempre tenía mucha prisa y no le gustaba. Insistió en ir a una que justo le recomendaba su amiga Consuelo cuando el niño se extravió. Virtudes incluso se ofreció a pagar la consulta.
Carlitos no entendía nada, vagaba por la casa mientras padres y abuela debatían. Se acercó a visitar a su hermano mayor, a su querido Tete. Cuando escuchaba a su hermanito decir «Tete, Tete» Pedro bromeaba, decía que se debió quedar con la palabra porque su padre lo llamaba a gritos a cada rato. Tete estaba algo cansado de ser el hermano mayor, siempre le pedían cosas, o le reñían, o le interrumpían mientras practicaba con su bajo. A Carlos le encantaba oírlo tocar, no había forma de separarlo de Tete.
Pidieron cita a la pediatra. Se acercaron andando, con la abuela aferrando al niño de la mano. Después de una pequeña espera en la antesala, la doctora les dedicó una hora completa. Hizo un montón de pruebas sencillas a Carlos y rellenó una historia. Preguntó, paciente, si el niño no se acercaba cuando decían su nombre y pidió que le explicara cómo reaccionaba a ciertos ruidos.
La conclusión fue un déficit en la audición. La abuela preguntó cómo era posible, si precisamente se distraía con cualquier cosa y le encantaba hacer ruido. La doctora le explicó: le atraían los ruidos más fuertes y los graves porque eran los únicos que llamaban su atención. Si Carlitos no escuchaba bien, tal y cómo sospechaba, eso era la causa de su retraso en el habla y falta de atención.
La doctora les recomendó una clínica de la fundación Oír es Clave para diagnosticar la severidad de la sordera. Les explicó las pruebas normales, incluida la posibilidad de que le hicieran una resonancia magnética para ver si tenía daños en el oído, quizás del accidente, o probablemente anteriores.
Fueron al centro de atención temprana, Virtudes pidió cita el mismo día que visitaron a la pediatra. El médico chequeó tanto oídos como nariz y boca, manteniendo entretenido a Carlitos con su diapasón. Después probaron con unos cascos: «con ellos podrás ser tan buen músico como tu hermano» le dijeron para que se concentrara. Tras varias pruebas el otorrino diagnosticó una hipoacusia media, agravada por un tapón en uno de los oídos. Según les explicó el doctor, al no extraer antes el tapón debió sufrir una infección y por eso oía aún peor en el oído derecho que en el izquierdo.
Carlos necesitó audífonos y un logopeda. Su hermano mayor tuvo un par de meses “libres” por la escayola, y ayudó a calmar a su hermanito los primeros días. El otorrino y los pediatras se lamentaron de no haber detectado antes la hipoacusia, pues cuánto antes se trata menos dificultades tiene el niño para llevar una vida normal. Lo ideal era detectarla durante los tres primeros meses.
El retraso en el aprendizaje de Carlos amenazó con requerir una escuela especial. Todos en la familia querían que pudiera integrarse como un niño normal, pero especialmente se lo propuso su abuela. A su edad, Virtudes no podía hacer tanto como quisiera y el tiempo de los padres era devorado por atender su negocio, por eso pidió ayuda a Pedro. Carlitos se esmeraría más si su hermano mayor se implicaba, solo así recuperaría el tiempo perdido.
Virtudes se las ingenió para incentivar a su nieto, explicó a Pedro lo mal que podría pasarlo Carlos toda su vida, las dificultades en hacer amigos por no entenderles y cómo lo dejarían de lado. La paga y la hora de salir también fueron elementos sobre la mesa.
Pedro terminó concienciado. Con la ayuda de su hermano mayor, los audífonos pasaron a ser “los cascos especiales” de Carlitos, su magia le permitiría ser un gran músico si no se los quitaba ni jugaba con ellos. Así comenzó un trabajo de años, años ayudando a su hermano con los ejercicios del logopeda y enseñándole a escuchar, a entender. Tete le enseñó a cantar y tocar instrumentos, y Carlitos logró ir a la misma escuela que su hermano mayor. Al final, hasta los padres dejaron de tener quejas sobre la dedicación de los hermanos a la música.
Este relato fue pensado para la fundación Oír es Clave, en su campaña de concienciación en el 2017 sobre la sordera infantil. Espero que los disfrutéis.